Detrás del bochorno por el acto de traspaso: Cristina ya enfrenta el síntoma del día después

La Presidenta tuvo éxito, a su modo: logró evitar el ostracismo nostálgico de los mandatarios en el final de su mandato. Pero ese protagonismo hasta el último minuto esconde el riesgo que CFK tiene a futuro: la dificultad para consolidar un liderazgo que le dé continuidad a su proyecto político
No podía terminar de otra manera. La insólita y bochornosa pelea por los detalles del acto de traspaso presidencial es, en cierta forma, un final lógico.
Contiene todos los elementos que han caracterizado la gestión de Cristina Kirchner: cierto menosprecio por las formalidades institucionales, una confusión entre el Estado y el espacio de la militancia partidaria, la tensión política y la crispación llevada a los detalles más nimios de la convivencia.
Y, sobre todo, como marca omnipresente, la autovictimización.
Esa paranoia consistente en ver conspiraciones detrás de todos los acontecimientos -desde una escapada del dólar blue hasta un acto de traspaso de mando-, esa autorreferencialidad que la lleva a ubicarse siempre en el centro, ya sea como ejecutora de políticas o como blanco de ataques, ha sido la gran constante de los ocho años de Cristina.
Y así es como está terminando. Con todo el país preguntándose no qué dirá el nuevo Presidente, Mauricio Macri, sino qué hará ella: ¿le entregará la banda?, ¿asistirá al Congreso?, ¿resistirá callada todo el acto?, ¿se sentará modosamente entre Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa?
A su modo, Cristina tuvo éxito. Muy lejos del «síndrome del pato rengo» que algunos le habían pronosticado tras la derrota legislativa de 2013, eludió el tono nostálgico de la despedida y logró ser protagonista absoluta hasta, literalmente, el último minuto.
En su forma de ver las cosas, ha vencido en un tema al que siempre la ha dado importancia: el perder protagonismo político y mediático.
Eso que el analista Jorge Asís define como «ocupar la centralidad y marcar la agenda». Lo había hecho durante la campaña electoral, para desesperación de Daniel Scioli, y lo siguió haciendo durante las semanas de transición, poniendo a prueba los nervios de Macri.
El síndrome del día después
Pero ahora viene el gran desafío para Cristina. Porque cuando el almanaque deje ver la hoja del fatídico 11 de diciembre, para ella será «el día después».
El inicio del post-poder. Y, acaso, el comienzo de la decadencia kirchnerista.
Nunca se sabrá hasta dónde, en lo más íntimo, ansiaba este recambio político para preservar la identidad de su espacio partidario o si hubiese preferido la continuidad kirchnerista con otro líder. Acaso ella misma no lo tenga claro.
Lo cierto es que no logró forjar un heredero político y luego boicoteó, tal vez inconscientemente, la propia campaña oficialista.
Pero algo ha quedado en claro en estos días, incluyendo la bochornosa pelea por el traspaso de mando: si hay algo que no tolera es la idea de pasar a un segundo plano. O, peor aun, al olvido y la irrelevancia.
Cristina sigue creyendo firmemente en la importancia de los símbolos y se mantiene aferrada a las reescrituras personales de la historia, a eso que ella misma ha bautizado «el relato».
Por eso, es probable que le resultara intolerable, en su propio relato de la era K, la imagen de un final con la entrega de la banda presidencial a Macri.
Por eso ahora, abocada a construir una épica de la «resistencia», empieza uno de sus mayores retos políticos. Pero no por las dificultades para erigirse en crítica del gobierno macrista, algo que le resultará muy fácil.
En cambio, lo difícil va a ser dar la batalla interna en el peronismo. Ahora, con Cristina en el llano, vienen los inevitables pases de facturas.
Ahora empieza la rebeldía abierta y desafiante, de la que ya tuvo una primera muestra cuando, por primera vez en ocho años, sus propios diputados la dejaron sin quórum en la sesión extraordinaria que ella había pedido especialmente para aprobar su maratón de más de 90 leyes.
Empezará el reto de los nuevos aspirantes a asumir el liderazgo, como ya tomó nota Cristina con el faltazo del salteño Juan Manuel Urtubey a la reunión con los gobernadores en la Casa Rosada.
De ese encuentro trascendió que «la jefa» perdió los estribos, les gritó y se autoeximió de culpas por la derrota electoral.
El desafío de la interna peronista
Hoy los analistas políticos están abocados a medir el poder de fuego de una Cristina Kirchner en la trinchera opositora. Se analiza su capacidad de sabotaje o de crear una suerte de «Tea Party» criollo que trabe sistemáticamente todas las iniciativas parlamentarias.
Pero ella sabe que esa superioridad numérica que tiene en el Congreso, que a primera vista es avasallante -41 senadores sobre un total de 72 y 114 diputados sobre un total de 257- puede difuminarse rápidamente gracias a la dinámica de la política.
A fin de cuentas, si algo ha caracterizado al peronismo a lo largo de su historia, es el pragmatismo y la flexibilidad. Los mismos gobernadores peronistas que hasta hoy le juraron lealtad eterna, son los que tendrán que pagar sueldos y deudas a proveedores al día siguiente que CFK se vaya.
Por cierto, ellos ya saben quién es el nuevo dueño de la chequera.
De la misma manera, los dirigentes partidarios que hasta ahora juraban que ella era la única líder, ahora miran con desconfianza cómo aquella campeona del 54%, de pronto puede llegar a convertirse en «piantavotos».
Nada nuevo, por cierto. Ya le pasó a Carlos Menem, a Eduardo Duhalde y a tantos otros.
Lo mismo puede esperarse respecto de los dirigentes sindicales, cuya predisposición a pactar o a mostrarse beligerantes dependerá de lo que logren negociar con Macri, y muy poco de las directivas que reciban de la ex presidenta que antes les marcaba la agenda.
Es así, hasta a Cristina Kirchner le llega ese momento. Pero si de algo no se puede dudar es que va a dar la batalla.
No puede evitarlo. Está en su naturaleza. Para ella atacar es la manera de defenderse.
De modo tal que al fustigar a Macri también estará reivindicando su «modelo» y escribiendo la versión que quiere dejar sobre su propio gobierno.
De hecho, esa tarea ya empezó: al mismo tiempo que resalta los logros en cada discurso o en sus cadenas de tuits, ya criticó a Macri por provocar inflación antes de que haya asumido. Además, claro, de acusarlo de maltratador.
Ese precisamente será el tono de la nueva etapa de Cristina.
Oportunidades para ejercer como opositora no le van a faltar: los rigores del inevitable ajuste le darán la chance de fustigar y de marcar su posición en el Congreso. Cuenta con una base militante joven -en definitiva su gran creación política- que amplifica su discurso y lo defiende.
Pero queda el interrogante sobre si eso alcanzará para que la estrella política de CFK se mantenga.
Si algo ha quedado en claro en estos ocho años es que nunca hay que subestimar su capacidad de recuperación.
Pero, aun tomando ese recaudo, lo cierto es que los antecedentes históricos y todos los indicios apuntan a una sola certeza: empezó el post kirchnerismo.
Iprofesional.-